Las que estamos a pie y no sabemos qué hacer

Pidiendo dinero en la Loma de la Cruz, Holguín, Cuba.

Por Lien Estrada

HAVANA TIMES – He decidido vender libros en otros lugares. Probar suerte, por ejemplo, en la misma Loma de la Cruz. Los puse a un costado del fuertecito, y me fui a sentar al banco del frente. Al poco rato fueron llegando gente. Jóvenes haciendo ejercicios. Una joven tomándose fotos, otros se sentaron en la yerba, y luego llegaron dos señoras que se sentaron cerca de mí. Como buenas cubanas hemos empezado a conversar como si nos conociéramos toda la vida.

Una tiene setenta y cuatro años, la otra sesenta y cinco. Vienen a este lugar a pedir ofrendas. No tiene que ser precisamente a turistas extranjeros, me comentan, es a casi todo el mundo que se asome a esta cima. Nos empezamos a quejar ya no del calor, sino de cuánto nos tortura: la falta de agua, los apagones, los precios…Que malo es el hambre mija, me dice Bertha. Yo le digo que sí, la conocemos desde los años 90 o quién sabe si de antes.

Me comentan que llegan hasta aquí por una trocha desde su barrio. Que por cierto, hace días no llega el pan. Ronda un rumor que el pan vendrá solo para los niños hasta los siete años, como está la leche desde hace años. Yo no puedo creerlo. Que lo mismo ocurra con la bola de pan mal cocinada que ya nos está faltando. Nelsa, la otra señora me cuenta que ella también ha traído a su nuera aquí, a pedir dinero, pero está ciega, y el camino tiene muchas piedras. No pudo traerla más.

Una guagua de turistas se parquea. Bertha y Nelsa se acercan a algunos extranjeros que se riegan por el lugar. La mayoría se niega a darles algo. Yo recuerdo que una de las cosas que más me molesta cuando estoy por las calles es que alguien se me acerque a pedir dinero. A veces son madres con niños, otras veces ancianas, alcohólicos…pero ahora me molesta que no les den dinero a Bertha y a Nelsa. Me sensibilizan. Solo veo a uno de ellos buscar en sus bolsillos.

Cambio la vista. Recuerdo también que yo misma he sido una de las que le vive pidiendo a la familia y amigos y amigas del extranjero, por favor, tráiganme esto o aquello. El sistema nos ha convertido en un pueblo de mendigos. No son solo mis nuevas amigas. Al no producir nada, ser casi todo subsidiado (las Mipymes no son de hace mucho tiempo atrás) han sido motivos para rogar a otros que sí producen que por favor nos ayuden todo el tiempo.

Además, no me permito olvidar que buena parte de mis estudios, que se tenían que pagar mensualmente, fue gracias a muchas bondades recibidas que me comprometieron, y si es cierto que me molesta que me pidan dinero, también es verdad que no me permito dejar de darlo. Tenía un profesor que a veces al estrecharme la mano me pasaba diez dólares. Yo estaba en uno de sus proyectos que era ayudar a diez estudiantes en cada curso.

Los turistas miran aquí y allá, caminan seguros. Toman sus fotos y se marchan. Bertha y Nelsa se sienten un poco animadas con lo que recibieron. A mí me ha dado pena ofertar mis libros, y nadie se acercó a ellos ni a curiosear. Bertha me dice que así no, debo estar al lado y brindarlos. Le doy la razón. Me comentan que aquellos jóvenes que estaban sentados en la yerba del otro lado del fuertecito también piden dinero.

Después de unos pocos escalones donde prácticamente comienza la carretera hay unas cafeterías. Las particulares brindan tragos, bocaditos, tacos, cervezas, jugos… pero a un precio mucho más elevado que los de la ciudad. Opté por no mirarlos mucho. Hay un joven detrás de su mesa vendiendo artesanías, y otro puesto gastronómico por el Estado, pero tampoco con precios módicos. Lo único que se puede encontrar sin pagar es el agua para tomar, y el uso de los baños.

Ya las horas se acercan al mediodía. Nelsa dice que se va para la casa. Bertha nos cuenta que decide irse al parque. Confía que allá tendrá más suerte que aquí. Ambas llevan unos papeles en sus manos donde les he escrito la pronunciación de cómo pedir dinero y la palabra Gracias en inglés. Me admiro porque terminan pronunciándolo bastante bien. Eso me alegra.

Nos manifestamos el gusto de conocernos. Yo les dije que volvería. Intentaría vender mis libros con mejor aptitud y ojalá nos encontráramos de nuevo. Nos despedimos y yo recogí mis textos y regresé por la escalinata. La próxima vez traería para compartir, café y quizás alguna que otra cosa para comer.

Lamento mucho no sólo que Cuba se haya convertido en una fábrica de exportación de personas a todas partes del mundo. Porque no pocos, incluyéndome a mí, la consideramos hoy por hoy un infierno en el que se padece día a día. Sino porque es una realidad cada vez más empobrecida, con una población más envejecida e impotente.

Este proyecto tan proclamado a los cuatro vientos por todas las vías y medios de comunicación: «llegar a los 120 años», no puede concretarse bajo tanto sufrimiento por la vida. Tantos años, supuestamente una bendición, se convertirían en todo lo contrario: en tragedia.

Bertha y Nelsa, no son dos casos aislados, encontrados por casualidad en uno de los puntos más elevados de la ciudad de Holguín. Es un desafío de toda la sociedad. El destino de la población  más vulnerables.

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